Marisol Latorre también se ha ocupado de la figura humana, en particular la femenina.

Sus mujeres son jóvenes de cuerpos perfectos que no dejan ver la totalidad de su rostro. Parecen esconderse ocultando al observador parte de su ser. Son figuras melancólicas, solitarias y embebidas en su propio ser, rodeadas de un espacio indefinido que las aisla más de su entorno. Es en el tratamiento de las telas y en la textura que consigue en las carnaciones donde la artista se encuentra más segura y decidida, confirmando esa tendencia de progreso evolutivo que posee toda su obra”. El fondo del cuadro se presiente que está vivo, que domina y crea la figura. Por eso impresiona y  es capaz de someter al espectador a un paso del tiempo difícil de medir, como una danza lenta que lleva todo el color hacia el fondo.

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